I
Como un niño que habiendo correteado se cansa
y en medio del salón con sueño,
procura reiniciar abandonados juegos,
así su andar por objetos y perfiles
deshace la tenue luz del día.
Quitándose retrocede hacia la recámara en la cual,
en el hormiguero ·desova· la reina entre cuidados.
En un efecto de balanza,
a semejanza de una joven aún convaleciente
que da pasos lentos e inseguros,
desmáyase en el portal trasero de la casa
despuntándose su piel de blanquecino nácar;
efluvio de inocencia en el patio,
es sorprendida por el arrebato de vilanos en manada,
ociosos y molestos que le raspan destellos
sembrando sombrajos en su seno.
Exhausta ya,
en la borrosa esquina tras la cual parten dos senderos,
la socorre alguno encendiendo una lámpara votiva.
Más lejos,
en la corraliza,
el belfo del toro de gotitas se aceita,
esparce en derredor translúcido vapor con arco iris,
que amarrándose a las flámulas del viento
de una manera no humana celebra,
entre fango,
serrín,
siluetas y pisadas los adioses de la tarde,
trémolos como agua en los rizos del cauce
de río que se aleja.
II
He aquí,
trepada a un escenario que se puebla de sombras la noche,
acústica a causa de fragores en las copas de los árboles.
Todo dispuesto por los ojos del alma,
enmarañada de capullos en los cuales,
sobre sus pechos se reacomodan los gorriones,
escápulas con tic-tac
echadas al mórbido cuello de la seroja,
sostén de nidos y plumones.
III
Como nada a sí mismo se parece,
he aquí la opaquez de un espejo
para asistir al eco de piar con despedida,
sorpresa y dolor en el vuelo que breve se contiene,
en el inexorable trayecto hacia el reino de lo quieto,
de cuyo punzar cuelga un estilete,
ajeno,
perteneciente a la febril arritmia humana.
IV
Habrá a raíz de estas y otras aventuradas circunstancias,
temblor general de última hora,
que hasta el amanecer pospondrá movimientos.
Ello ha de ocurrir cuando por detrás de una calle,
en el confín del pueblo,
el tren nocturno silbe.
Enroscado hasta el infinito es mariposa
que abandona su crisálida.
Carro huraño deslizándose + allá de la arboleda,
con lámpara de acetileno ajustada al bajo vientre,
torpe en el destello amarillento
hacia el adormecido centro de la tierra.
texto con modificaciones- pág. 70 de “Cuando huye el día”
2003-Editorial Nordan-comunidad
Thursday, March 29, 2007
Thursday, March 08, 2007
ESCENARIO
I
Que calle le dices al amor,
desflorezca,
apele a su inocencia y se retraiga,
hacia el patio trasero de la indiferencia.
A objetos de tu pertenencia les dices,
que ha llegado una brocha flaca y pignoraticia.
Aun ahuyentas el recreo,
la penitencia,
esa canción elemental para la hora de la siesta;
el silencio instalas en tu oído,
en un par de luces desatas el haz de la mirada,
temblorosos pabilos que asisten a tus pasos,
necesarios,
para traslados de habitación a pasillo y viceversa;
de allí hacia calle de ciudad abreviada,
reducida a menos espacio,
con + tiempo.
II
Ante el portal aguardas de un ·poli-aspecto·,
en la búsqueda de la veta
que te proporcione un microscopio,
cueva en tu auxilio
para re-atar el haz desgastado en el ojo,
de un solo hervor tan diminuto como la vía láctea.
III
Perentorio,
has quitado páginas a este minúsculo dominio:
afiches,
planificaciones,
recuerdos,
nacimientos,
plagios inocentes.
Es borroso lo que resta,
se embosca en el pétreo ramaje de un gabarro,
se asiste a sus flecos de tocata y fuga.
¿Del destello?
Poco se sabe,
nada.
Es latido de algo que se apaga,
tras la puesta de sol en las entrañas del cielo.
No obstante alguno,
nimbado de ilusión,
con señas manifiesta que contempla,
en un bajío del horizonte a unas estrellas,
menores,
su titilar sobre el encrespado oleaje del océano.
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