I
¡Ay!
Cómo a las escondidas
juegas contigo mismo.
Sin que nadie te lo pida
te vuelves sutil,
un flamear transitorio,
el guiñapo de llamas
que se escapa para no volver.
Recuerdo del pasado
a punto de perecer es tu recuerdo.
II
Cuánta idea que no debió pensarse
te tomó por asalto,
cuánta guerreó
por nada con el ser que presentiste
y por una de esas complejidades era otra cosa.
III
He aquí en un rincón de la sala
el cuadro de familia,
cuya familia por una mecánica razón
de luz y sombra,
de humedad excesiva,
se borró para siempre.
En trenzado papel manila
es cordón atado a un ombligo extra-terreno;
fuera del nido
es huevo abandonado que fue a dar,
con su trama de hierba re-seca
en la cuneta de camino
apisonado por vecinos.
IV
Tan sólo recuerdas palabras sueltas,
incoherentes;
inarticulado vocerío de vocablos
semejantes a maíces,
desgranado en la desgranadora;
sin que haya habido pago ni promesa,
con mezquina quitanza en el bolsillo
es tu discurso gutural hebra de letras,
con las cuales intenta
escribir sobre una dicha,
la felicidad en la espesa grisura de la noche,
cuando todo es borrón sin cuenta nueva.
V
En el revoltijo de los sueños
eres ambigua lamida almidonada,
sin regusto en la boca,
sin aroma exterior para el olfato
que te quite de la invisibilidad y el olvido.
VI
Por fuera,
mientras tanto,
como si fueras banco
entre los atestados bancos de la plaza,
asistes a la persistente
sinuosidad de la caoba,
del bermellón que exhalan
cuerpos y almas hacia un ágora,
cuyo piolín de ideas añades a ésas,
que se dice habitan en un jardín
contiguo al paraíso.
En hamaca de mejillas y carmines,
de ojos ondulados como cresta en la ola
fervorosa del oleaje,
es lo tuyo balbuceo,
duda;
un estar sin estar,
el deceso sin exequias de alguno.
VII
Éste era el final,
la remendada letra del adiós,
un cierre de puertas y ventanas
en las moradas narices de este mundo.
No obstante,
sobre un chapitel hechiceras,
mohínas,
compasivas,
puntuadas en una escala diferente las palabras,
a partir de un sitio insustancial e inesperado,
removieron para mí
su hisopo húmedo de luces,
cuyas gotas se parecían
a hachuelas en un bosque de leche,
con su palpitante ubre encubierta.
VIII
Fue cuando algo dentro de mí como un sollozo,
deslizó su inaudible queja
y entre susurros dijo:
necesito tiempo,
tiempo para mejorar.
"El armonioso flequillo de la telaraña"-pág.35
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No estabas equivocada sabia Mía, es "ésta la remendada letra del adiós".
Es el final, "un sollozo", la despedida de SIGLO XXI-POESÍA-NARRATIVA-URUGUAY.
Les pido a mis queridas amigas y queridos amigos comprensión. Los amo. Gracias a todos, infinito reconocimiento.
Xavier
Thursday, November 22, 2007
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