I
Que calle le dices al amor,
desflorezca,
apele a su inocencia y se retraiga,
hacia el patio trasero de la indiferencia.
A objetos de tu pertenencia les dices,
que ha llegado una brocha flaca y pignoraticia.
Aun ahuyentas el recreo,
la penitencia,
esa canción elemental para la hora de la siesta;
el silencio instalas en tu oído,
en un par de luces desatas el haz de la mirada,
temblorosos pabilos que asisten a tus pasos,
necesarios,
para traslados de habitación a pasillo y viceversa;
de allí hacia calle de ciudad abreviada,
reducida a menos espacio,
con + tiempo.
II
Ante el portal aguardas de un ·poli-aspecto·,
en la búsqueda de la veta
que te proporcione un microscopio,
cueva en tu auxilio
para re-atar el haz desgastado en el ojo,
de un solo hervor tan diminuto como la vía láctea.
III
Perentorio,
has quitado páginas a este minúsculo dominio:
afiches,
planificaciones,
recuerdos,
nacimientos,
plagios inocentes.
Es borroso lo que resta,
se embosca en el pétreo ramaje de un gabarro,
se asiste a sus flecos de tocata y fuga.
¿Del destello?
Poco se sabe,
nada.
Es latido de algo que se apaga,
tras la puesta de sol en las entrañas del cielo.
No obstante alguno,
nimbado de ilusión,
con señas manifiesta que contempla,
en un bajío del horizonte a unas estrellas,
menores,
su titilar sobre el encrespado oleaje del océano.