I
Dicen que hemos olvidado,
que olvidándose es la vida un lento,
involuntario y goteado
aprendizaje de la muerte.
¡Qué lástima!
es tan poco y valioso el tiempo.
Dicen que es muerta letra
la que cobijamos en el cambiante
albergue de la sangre.
He aquí la sangre déltica,
arrinconada,
dando golpes de martillo
en huesos y cartílagos,
según un diapasón cuyas reglas
se presumen en + o en menos,
Dicen que hemos olvidado,
que olvidándose es la vida un lento,
involuntario y goteado
aprendizaje de la muerte.
¡Qué lástima!
es tan poco y valioso el tiempo.
Dicen que es muerta letra
la que cobijamos en el cambiante
albergue de la sangre.
He aquí la sangre déltica,
arrinconada,
dando golpes de martillo
en huesos y cartílagos,
según un diapasón cuyas reglas
se presumen en + o en menos,
en poco y nada.
II
He aquí la ignorancia
y su cortejo de sabiduría,
ubicuos en la litera de un avahar tibio-frío,
transido por diafanidades
y repentinas fumarolas;
avahar que transcurre,
cambia,
se prende a los muros superponiéndose;
como si nada tuviera principio ni fin
oculta noticias,
suelda unas noticias nuevas
con otras noticias viejas.
Prende por un instante una fugaz cartela,
en la cual alguno insinúa
que todo casi no pasa.
III
De ex profeso quizá agujereado,
con frecuencia se nos cae alguna letra,
perteneciente a ese breve bolsillo
zurcido por hábil costurera;
es polizón que en alguna parte llevamos sin saber;
el cual debiera ser bolsillo fácil para la exploración,
pero en razón de un pertinaz malabarismo
es bolsillo que se esconde para jugar.
IV
A causa de estos despistes de selva con esquina,
el cráter de nuestro galimatías
es moribunda letra liberándose,
a partir de un orificio que no obstante,
para nosotros pertenece
a esa suerte de manantial velado,
oculto cuya raíz se despedaza
entre las pardas tripas de la gleba,
que a su vez se despedaza
bajo la incansable chaira de un arado
cuyas rejas,
dentales y cuchillas al voltearse destruyen,
reconstruyen,
acicalan,
alteran a través de una sinécdoque,
recortada de libro inubicable,
apócrifo,
excluido del canon de una biblia
II
He aquí la ignorancia
y su cortejo de sabiduría,
ubicuos en la litera de un avahar tibio-frío,
transido por diafanidades
y repentinas fumarolas;
avahar que transcurre,
cambia,
se prende a los muros superponiéndose;
como si nada tuviera principio ni fin
oculta noticias,
suelda unas noticias nuevas
con otras noticias viejas.
Prende por un instante una fugaz cartela,
en la cual alguno insinúa
que todo casi no pasa.
III
De ex profeso quizá agujereado,
con frecuencia se nos cae alguna letra,
perteneciente a ese breve bolsillo
zurcido por hábil costurera;
es polizón que en alguna parte llevamos sin saber;
el cual debiera ser bolsillo fácil para la exploración,
pero en razón de un pertinaz malabarismo
es bolsillo que se esconde para jugar.
IV
A causa de estos despistes de selva con esquina,
el cráter de nuestro galimatías
es moribunda letra liberándose,
a partir de un orificio que no obstante,
para nosotros pertenece
a esa suerte de manantial velado,
oculto cuya raíz se despedaza
entre las pardas tripas de la gleba,
que a su vez se despedaza
bajo la incansable chaira de un arado
cuyas rejas,
dentales y cuchillas al voltearse destruyen,
reconstruyen,
acicalan,
alteran a través de una sinécdoque,
recortada de libro inubicable,
apócrifo,
excluido del canon de una biblia
que se escribe.
Visible para unos,
invisible para otros.
Sinécdoque que muda de continuo
y al mudar altera el complejo
e impetuoso sentido de las cosas.
Al recortar las raicillas
de la prístina hierba,
el desafiante filo de la navaja instala
en el intrincado sub-suelo de lo simple,
un reflejo de espejuelo
atonta alondras,
que se apropia del sol a dentelladas.
En estas circunstancias,
lo que vendrá ha de ser producto
de una herida para la cual,
morir sería una increíble aventura.
V
Qué lastima,
ella es tan sólo trabón
en la piel del artefacto,
postigón en entraña de loza que la escupe,
como si fuera sangre desde boca ensangrentada.
Qué lástima profirió el moribundo,
cuando por fuera se cuelga del andamio
diminuto cartel refunfuñando
un cerrado a causa de reformas,
que herméticamente cancela
todo posible trato entre la herida y la muerte.
VI
Mientras tanto,
de ese bolsillín zurcido por costurera,
en el cual con lo fugaz se juntan los sentidos,
en busca de cofre,
celda,
banco de sollozo,
emerge un titiritero de subsuelo,
el que momentáneamente sin trabajo vocifera:
si aún es posible la sobre vivencia,
lo que vendrá ha de ser tan sólo gruñido,
de teatro + marionetas;
éstas provisoriamente puestas dentro,
en la intrincada angostura
de un armario en casa de comidas,
cuyos intersticios huelen a sebo en cautiverio.
VII
A la vera,
en el sitio donde la felpa
rellena agujeros dejados por agujas
y pespuntes en despiole,
lindante con sombrío territorio
sembrado de marquesinas en desuso,
por fuera de la ilusión cae un chubasco,
cuya tibieza la mustiedad agobia
de las semi-amarillentas hojas
de árboles y arbustos,
dispuestos en incompleta hilera;
de este lodazal quizá se salve
el deshilachado arco de un violín
depositado en el rincón de la vidriera;
arco de violín junto al atril,
atril aún vacío de anotaciones con papel,
anotaciones y ganas de tocar,
locas ganas de tocar un grave sonido en fa;
se sospecha,
el obscuro tañer fue colgado
por guido aretino en otro ·bolsillín·,
en el cual las notas del solfeo,
ingrávidas,
como cabras en redil se resisten,
a toda posible melodía.
VIII
Después de tormenta en otoño
lo aquí escrito se asemeja a flores,
pezones y por fuera,
un halo de hojas muertas que palpitan.
En recinto no + ancho que un armario,
expuesta al vaivén del viento
tarea vestida de blanco y amarillo
para atrapar alguna clave,
que explique si se está vivo o se está muerto.
Hojas asidas a las poco inteligibles letras
con el apuro del dolor escritas,
sobre otras escritas a su vez
por encima de un raspado palimpsesto;
embebidas ambas de respingadas gotas
pertenecientes al intacto animal
que éste lleva dentro;
animal que se finge no haber visto
para olvidar que la vida es un lento,
voluntario y goteado aprendizaje de la muerte.
Visible para unos,
invisible para otros.
Sinécdoque que muda de continuo
y al mudar altera el complejo
e impetuoso sentido de las cosas.
Al recortar las raicillas
de la prístina hierba,
el desafiante filo de la navaja instala
en el intrincado sub-suelo de lo simple,
un reflejo de espejuelo
atonta alondras,
que se apropia del sol a dentelladas.
En estas circunstancias,
lo que vendrá ha de ser producto
de una herida para la cual,
morir sería una increíble aventura.
V
Qué lastima,
ella es tan sólo trabón
en la piel del artefacto,
postigón en entraña de loza que la escupe,
como si fuera sangre desde boca ensangrentada.
Qué lástima profirió el moribundo,
cuando por fuera se cuelga del andamio
diminuto cartel refunfuñando
un cerrado a causa de reformas,
que herméticamente cancela
todo posible trato entre la herida y la muerte.
VI
Mientras tanto,
de ese bolsillín zurcido por costurera,
en el cual con lo fugaz se juntan los sentidos,
en busca de cofre,
celda,
banco de sollozo,
emerge un titiritero de subsuelo,
el que momentáneamente sin trabajo vocifera:
si aún es posible la sobre vivencia,
lo que vendrá ha de ser tan sólo gruñido,
de teatro + marionetas;
éstas provisoriamente puestas dentro,
en la intrincada angostura
de un armario en casa de comidas,
cuyos intersticios huelen a sebo en cautiverio.
VII
A la vera,
en el sitio donde la felpa
rellena agujeros dejados por agujas
y pespuntes en despiole,
lindante con sombrío territorio
sembrado de marquesinas en desuso,
por fuera de la ilusión cae un chubasco,
cuya tibieza la mustiedad agobia
de las semi-amarillentas hojas
de árboles y arbustos,
dispuestos en incompleta hilera;
de este lodazal quizá se salve
el deshilachado arco de un violín
depositado en el rincón de la vidriera;
arco de violín junto al atril,
atril aún vacío de anotaciones con papel,
anotaciones y ganas de tocar,
locas ganas de tocar un grave sonido en fa;
se sospecha,
el obscuro tañer fue colgado
por guido aretino en otro ·bolsillín·,
en el cual las notas del solfeo,
ingrávidas,
como cabras en redil se resisten,
a toda posible melodía.
VIII
Después de tormenta en otoño
lo aquí escrito se asemeja a flores,
pezones y por fuera,
un halo de hojas muertas que palpitan.
En recinto no + ancho que un armario,
expuesta al vaivén del viento
tarea vestida de blanco y amarillo
para atrapar alguna clave,
que explique si se está vivo o se está muerto.
Hojas asidas a las poco inteligibles letras
con el apuro del dolor escritas,
sobre otras escritas a su vez
por encima de un raspado palimpsesto;
embebidas ambas de respingadas gotas
pertenecientes al intacto animal
que éste lleva dentro;
animal que se finge no haber visto
para olvidar que la vida es un lento,
voluntario y goteado aprendizaje de la muerte.
2 comments:
increible final...
"animal que fingimos no haber visto
para olvidar que la vida es un lento,
involuntario y goteado
aprendizaje de la muerte"
me ha encantado señor Duarte, la aceptación de la muerte, como un paso mas en la vida. La preparación para alcanzarla como lo haria un animal que se acuesta a pasar hambre esperando que le llegue su hora... es algo que el hombre debido a sus dudas es y será incapaz de realizar...
un poema sublime, es usted un genio y toda una referencia para los jovenes siga asi!
Hola Xavier...
No se que ha pasado que varias veces he intentado dejarte un mensaje y al momento de publicarlo me cierra la pagina.
Espero estes muy bien... de salud y de ánimo.
Me encantó este poema, si me lo permites, me gustaráa publicar un fragmento en mi página.
Cuidate mucho y regreso pronto a visitarte
Bye.
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